Las gafas de cerca y las de lejos

El grupo de reflexión en torno a Fratelli tutti de Pamplona se reunió por segunda vez el pasado martes 23 de febrero. Esta vez nos convocó el segundo capítulo: Un extraño en el camino.

Comenzamos dejándonos interpelar con un antiguo titular: El buen samaritano es el ateo. Este artículo de 2015 citaba un estudio que afirmaba que las personas que se identifican como religiosas son menos altruistas con desconocidos que quienes no se significan como tal. ¿Dónde queda entonces la pedagogía del Buen Samaritano que tanto hemos escuchado?

Generamos algo de debate entre participantes que se sentían más libres frente a esta insinuación frente a otras que recordaron la mala prensa que lo religioso tiene en muchos ámbitos de la sociedad hoy y cómo la conclusión de este estudio cuanto menos es imprecisa. Sin embargo, también surgió una pregunta en el grupo: ¿Nuestra fe nos vincula a la solidaridad?

Encontramos como mensaje sorprendente y novedoso el modo en que nos invita el Papa Francisco a entender el ser prójimo. Si bien una interpretación más clásica y ampliamente compartida parece invitar a buscar en la persona tendida en el camino al prójimo, Francisco le da la vuelta interpelándolo de un modo nuevo y revelador: se trata de hacerte tú prójimo.

La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros.

Fratelli tutti 81

Pensamos que el samaritano transitaba ese camino porque iba hacia a algún lugar, tendría algo que hacer, un plan o tarea que iba ejecutando y, sin embargo, lo interrumpe para hacer prioritara y atender a esta nueva necesidad que le sale al paso. Sabemos pues que, en primer lugar, el samaritano estaba atento a lo que sucedía en su entorno y, en segundo lugar, está dispuesto a que este le altere los planes. Reconocemos que no es cómodo dejar de hacer lo que «tenemos que hacer» por una causa que se vuelve mayor, quizá más urgente y más importnate y, además, por un desconocido.

Si solo lográsemos hacer este cambio en el modo de mirar, ya sería un gran paso. Y a veces lograrmos pararnos, pero entonces surge la dificultad de sentir que afrontamos este alto en el camino desde la soledad y la incomprensión del resto. Recordemos que el sacerdote y el levita dan un rodeo porque es lo correcto, lo que la Escritura indica, cumplen con el precepto religioso, cumplen la ley, hacen lo que la sociedad espera de un buen ciudadano. ¿Qué pensarían si ven al (despreciable) samaritano parándose? Reconocemos que hacerse samaritano, hacerse prójimo, es una llamada difícil de responder.

¿Dónde se repite hoy el relato del buen samaritano?

Encontramos que este relato hoy se repite particularmente en las personas migrantes. La administración pública, los códigos de conducta sociales, los miedos o el desprecio llevan al colectivo inmigrante a situaciones de bucle de las que es muy difícil salir. El alquiler social brilla por su ausencia y el privado exige precios impagables cuando no directamente rechaza a demandantes de alquiler de origen extranjero (no cualquier extranjero, claro) por el miedo a tener problemas de convivencia o impago, porque «me han contado…» o «porque una vez unos inmigrantes me dejaron el piso fatal…» o «porque…». También pasa que para tener los papeles en regla se requiere un permiso de trabajo pero es para obtener el permiso de trabajo se necesita estar de forma regular o se tiene que presentar un tipo de «precontrato» con unas condiciones que ni a españoles se les ofrece…

Son necesarios discursos alternativos, empresas dispuestas a defender los intereses de los más vulnerables, propietarios dispuestos a ocupar sus viviendas con «judíos heridos» y «samaritanos» a precios razonables, y una ciudadanía que se atreva a cuestionar lo establecido y reclamar leyes más justas. Gandhi incluso llegó a decir que, cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer.

La única forma de reconocer con seguridad nuestra relación con Dios es reunir y revisar todas nuestras relaciones humanas. Lo que existe en estas relaciones, también existe en nuestra relación con Dios. […]

Mientras menosprecie a una sola persona, desprecio también a Dios… Mientras esté furioso… ignore, envidie, le tenga miedo… estoy furioso, ignoro, envidio, temo a Dios.

Ejercicios de Contemplación, Franz Jalics

Yo también puedo ser persona necesitada al borde del camino.

La lotería de la vida nos ha puesto en sitios distintos pero somos iguales en cuanto a dignidad humana, con la misma vulnerabilidad. Nadie tiene derecho a creerse más. Es desde este principio como nos hacemos conscientes de que debemos intervenir ante la persona necesitada de ayuda.

Esto nos lleva a recordar la parábola de los talentos, una llamada a no guardarnos las cosas, a no apropiarnos de lo que tenemos por el hecho de tenerlo y retenerlo sino ponerlo al servicio. Somos testigos de personas que saben vivir esta parábola y son referente para nosotros, sabemos que esta parábola es real y nos inspira.

También recordamos la historia de Caín y Abel y cómo Caín va pasando por emociones de ira, envidia y desprecio hacia su hermano Abel hasta acabar matándolo y, cuando Dios le pregunta por él, Caín responde: ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? Hay personas que hablan y actúan desde la herida y otras que lo hacen desde la fuente. Queremos saber vivir desde esta segunda. Porque sabemos que somos un mismo cuerpo donde todas las partes tienen su función y si una está mal, todo él se resiente, y porque sabemos que el servicio es el mejor modo de plenificar, deseamos comprometernos.

Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.

Eduardo Galeano

Animados por esta frase de Galeano, nos comprometemos a ponernos «las gafas de cerca y de lejos» para saber reconocer al necesitado, a superar la incomodidad de parar y hacernos prójimos, a «no dejar a nadie atrás» (como también dicen los ODS), a decir no al «sálvese quien pueda», a no caer en las tentaciones de esta «noche oscura de los pobres» que decía Pere Caladáliga: la tentación de renunciar a la memoria y a la historia; la tentación de renunciar a la cruz y a la militancia; la tentación de renunciar a la esperanza y a la utopía. O el equivalente que sería la tentación de renunciar a la mirada atenta, a la incomodidad y al sueño de la fraternidad universal.

Terminamos rezando de la mano de Florentino Ullibarri.

Señor, los caminos de la vida
están llenos de sorpresas,
y más si vamos por la periferia
siguiendo tus huellas;
pues aunque tratemos de ocultarlos,
antes o después, se hacen presentes
quienes están condenados,
por nuestras leyes y costumbres,
a ser invisibles.

Danos tus ojos, tu corazón,
tus entrañas, tu empatía
y compasión más viva…
Y líbranos de pedirles y exigirles
lo que no les dignifica:
que cumplan nuestras leyes estrictamente.

Ayúdanos, Señor, a seguir tus pasos,
a dejarnos sanar para sanar a los hermanos…
Y si brota el agradecimiento,
que sea desde lo más hondo:
libre, sincero, espontáneo…
como el del leproso samaritano.

Nuestra próxima reunión será el martes 23 de marzo a las 19:30. Si tienes interés en participar, escribe a cloyola.pa@arrupeetxea.eus.

keyboard_arrow_up